Es el caso de una niña sana y normal de 5 años de edad que padecía hernia inguinal izquierda, para la cual se programó una cirugía en una clínica privada.

Luego de realizada la cirugía la niña salió dormida del quirófano, nunca se recuperó totalmente de la anestesia. Dos horas después de salir del quirófano, la niña comenzó a tener arcadas, luego vómitos que se extendieron  durante toda la noche.

Sin recibir atención de la médica encargada de ese servicio, a la madrugada comenzó a manifestar signos de incontinencia y al poco tiempo a vomitar sangre, ante lo cual solo recibía asistencia de una enfermera y nunca de un médico.

Antes del amanecer de esa madrugada la niña convulsionó por primera vez, que fue cuando a requerimiento desesperado de la madre la médica recién se hizo presente.

En definitiva la niña falleció en las primeras horas de la tarde con un síndrome de hiponatremia desencadenado por la pérdida de electrolitos (sodio–potasio), como consecuencia de los vómitos e incontinencia urinaria.

La niña era perfectamente sana antes de a cirugía,  por lo que se intentó probar que la causa de muerte de la niña fue la no recuperación de la anestesia con pérdida de minerales - postquirúrgica, consecuencia de  los copiosos vómitos padecidos reforzados por la aspiración de sonda nasograstrica y administración de diuréticos.

La defensa de los demandados fue que la niña salió del quirófano totalmente recuperada de la anestesia y despierta y que la misma había fallecido a causa de un accidente cerebro vascular o rotura espontánea de aneurisma, tesis rebatida con el informe de la autopsia, donde se señaló que no había sangrado cerebral.

Finalmente los padres de la niña fueron debidamente indemnizados por la muerte de su pequeña en las condiciones relatadas. 

 

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